Comunicación personal y comunicación colectiva
Hombre
- Animal racional
- Ser social por naturaleza
- Inteligencia / voluntad.
Hombre masa
- Reactivo
- Sólo piensa en sí mismo.
- No le interesa nada.
- No tiene pensamiento propio.
Propenso a hacer de los juegos y el deporte
- Vale mas su exterior que su interior.
- Va a desestimar siempre al intelectual.
- No puede entrar en un régimen.
- Es lo que cree y listo.
- Su vida no tiene un fin ultimo.
- Copia modos de ser.
- Se contentan con lo que le van a dar.
- Se cree autosuficiente.
- Tiene conocimientos parciales.
- Persona reactiva.
- Carece de criterios.
- Tiene una impresión de que la vida no es trágica.
MASA
La comunicación no necesariamente va a un hombre masa
La masa es un hecho psicológico, no es algo cuantitativo sino cualitativo (no es un grupo grande de personas).
- Es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres es un tipo genérico.
- Actitudes ante la vida(consciencia e inconsciencia)
- Importancia vital. Todos te rigen como individuo
- Toman decisiones a la ligera
- Cualidad --> actitud
- Comodidad plena
Origen
¿Como se desarrollo la sociedad de masas?
- Surge a finales del siglo XIX
- Época de la plenitud vence
- Desarrollo demográfico (baja indice de mortalidad y sube el de natalidad)
- Crecimiento económico (expansión)
- Altos niveles de organización
- Se consagra la superación del estado.
- Ni pobreza, ni dificultad.
- Siempre se quería más de lo que se tenia
- Se impone la creencia que el estado lo da todo.
- Todo es dado, regalado, etc.
- No importa mas que su crecimiento.
- Tiende a querer saber todo de la manera mas fácil.
- Triunfa el positivismo como sistema de ideas y el ideal del progreso (va más allá de analizar el porque de las cosas sino más a resolver, buscar lo practico.)
Rebelión de las masas
De José Ortega y Gasset
I
EL HECHO DE LAS AGLOMERACIONES
Para la vida pública en Europa, hay un hecho que, aunque algunos
lo tomen para mal y otros para bien, sigue siendo importante. Este hecho es el
advenimiento de las masas al pleno poderío social. Como las masas no deben ni
pueden dirigir su propia existencia y menos regentar la sociedad. A esta crisis
se le conoce como la rebelión de las masas.
Aglomeración (lleno), las ciudades están llenas
de gente. Las casas, llenas de inquilinos.
Los hoteles llenos de huéspedes, los trenes
llenos de viajeros, los cafés llenos de consumidores, los paseos llenos de
transeúntes cosa que antes no era así. Problema empieza a serlo casi de
continuo: encontrar sitio. Si reflexionamos
un poco nos sorprendemos de nuestra sorpresa. Entonces, sorprenderse,
extrañarse, es comenzar a entender.
Nos hacemos ¿Por qué antes la aglomeración no
era frecuente?
Ahora, de pronto, aparecen bajo la especie de
aglomeración, y nuestros ojos ven muchedumbres por todos lados y no
precisamente en los mejores lugares, los que están reservados para grupos
menores
.
El concepto de muchedumbres cuantitativo y
visual
La Masa social es siempre una unidad de dos
factores.
·
Minorías : Individuos o grupos
de individuos especialmente cualificados
·
Masas: es el conjunto de personas
no específicamente cualificadas, como hecho psicológico, sin necesidad de
esperar a que aparezcan los individuos en aglomeración; es todo aquel que no se
valora a sí mismo, ya sea para bien o para mal, por razones especiales, sino el
que se siente “como todo el mundo” y le da igual ser asi, no se
angustia y se siente bien al saber que se siente idéntico a los demás
Hombre en cuanto no se diferencia de otros
hombres, sino que repite en si un tipo genérico.
La formación normal de una muchedumbre empieza
porque todos coinciden en sus deseos,
ideas, modos de ser. Se dirá que
es lo que acontece con todo grupo social, por selecto que pretenda ser.
Este ingrediente de juntarse los menos,
precisamente para separarse de los más, va siempre involucrado en la formación
de toda minoría
Minorías selectivas: cree superior a los demás,
sino el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en sus personas
esas exigencias.
La división de la sociedad en masas y minorías
no es nada bueno. Una división en clases sociales, sino que en clases de
hombres, y no puede coincidir con la jerarquización en clases superiores e
inferiores.
Ahora bien, existen en la sociedad operaciones,
actividades, funciones del más diverso orden, que son, por su misma naturaleza,
especiales, y, consecuentemente, no pueden ser bien ejecutadas sin dotes
también especiales
La masa actúa directamente sin ley, por medio de
materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos.
Eso era lo que antes acontecía, eso era la
democracia liberal. La masa presumía que, al fin y al cabo, con todos sus
defectos y lacras, las minorías de los políticos entendían un poco más de los
problemas públicos que ella. Ahora, en cambio, cree la masa que tiene derecho a
imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café.
Yo dudo que en otras épocas de la historia la
muchedumbre llegase a gobernar tan directamente como en nuestro tiempo.
Si los individuos que integran la masa se
creyesen especialmente dotados, tendríamos no más que un caso de error personal,
pero no una subversión sociológica.
La masa arrolla todo lo diferente, egregio,
individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no
piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado.
II LA SUBIDA DEL NIVEL HISTÓRICO
Vivimos bajo el brutal imperio de las masas.
Perfectamente; ya hemos llamado dos veces «brutal» a este imperio.
He dicho, y sigo creyendo, cada día con más
enérgica convicción, que la sociedad humana es aristocrática
siempre, quiera o no, por su esencia misma, hasta el punto de que es sociedad
en la medida en que sea aristocrática, y deja de serlo en la medida en que se
desaristocratice. Bien entendido que hablo de la sociedad y no del Estado.
La aristocracia social no se parece nada a ese
grupo reducidísimo que pretende asumir para sí, íntegro, el nombre de sociedad, que se llama a sí mismo la sociedad y que vive simplemente de
invitarse o de no invitarse.
Las masas ejercitan hoy un repertorio vital que
coincide en gran parte con el que antes parecía reservado exclusivamente a las
minorías.
Al
propio tiempo, las masas se han hecho indóciles frente a las minorías: no las
obedecen, no las siguen, no las respetan, sino que, por el contrario, las den
de lado y las suplantan.
Las masas sienten apetitos y necesidades que
antes se calificaban de refinamientos, porque eran patrimonio de pocos; conocen
y emplean hoy, con relativa suficiencia, muchas de las técnicas que antes
manejaban solo individuos especializados.
Hoy aquel ideal se ha convertido en una
realidad, no ya en las legislaciones, que son esquemas externos de la vida
pública, sino en el corazón de todo individuo, cualesquiera que sean sus ideas,
inclusive cuando sus ideas son reaccionarias
Se quiere que el hombre medio sea señor.
Entonces no extrañe que actúe por sí y ante sí, que reclame todos los placeres,
que imponga, decidido, su voluntad, que se niegue a toda servidumbre, que no
siga dócil a nadie, que cuide su persona y sus ocios, que perfile su
indumentaria: son algunos de los atributos perennes que acompañan a la
conciencia de señorío. Hoy los hallamos residiendo en el hombre medio, en la
masa.
La vida humana, en totalidad, ha ascendido
Todo el bien, todo el mal del presente y del
inmediato porvenir tienen en este ascenso general del nivel histórico su causa
y su raíz
Ese estado psicológico de sentirse amo y señor
de sí e igual a cualquier otro individuo, prácticamente desde siempre,
acontecía en América.
Europa se está americanizando
Por ello es que
el resultado coincide con el rasgo más decisivo de la existencia americana: y
por eso, porque coincide la situación moral del hombre medio europeo con la del
americano, ha acaecido que por vez primera el europeo entiende la vida americana.
Se nivelan las fortunas, se nivela la cultura
entre las distintas clases sociales, se nivelan los sexos. También se nivelan
los continentes. Y como el europeo se hallaba vitalmente más bajo, en esta
nivelación no ha hecho sino ganar.
III LA ALTURA DE LOS TIEMPOS
El imperio de las masas representa, una
vertiente favorable ya que es una subida de todo el nivel
histórico, y revela que la vida media se mueve hoy en altura superior a la que
ayer pisaba. Lo cual nos hace caer en la cuenta de que la vida puede tener
altitudes diferentes.
El tiempo vital o que cada generación llama nuestro tiempo, tiene siempre cierta
altitud, se eleva hoy sobre ayer, o se mantiene a la par, o cae por debajo.
Así cada quien siente, con mayor o menor
claridad, la relación en que su vida propia encuentra con la altura del tiempo
donde transcurre.
Cada edad histórica manifiesta una sensación
diferente ante ese extraño fenómeno de la altitud vital. Al contrario, lo más
sólito ha sido que los hombres supongan en un vago pretérito tiempos mejores, de
existencia más plenaria: la edad de oro.
Ha habido varias épocas en la historia que se
han sentido a sí mismas como arribadas a una altura plena, tiempos en que se cree haber llegado al
término de un viaje, en que se cumple un afán antiguo y planifica una
esperanza. Es la plenitud de los tiempos,
la completa madurez de la vida histórica. lo esencial para que exista es que un
deseo antiguo, queda satisfecho.
El deseo tan lentamente gestado, y que en el
siglo XIX parece al cabo realizarse, es lo que, resumiendo, se denominó a sí mismo
«cultura moderna»
Nuestro tiempo no se siente ya definitivo; al
contrario, en su raíz misma encuentra oscuramente la intuición de que no hay
tiempos definitivos, seguros, para siempre cristalizados, sino que, al revés,
esa pretensión de que un tipo de vida –el llamado «cultura moderna»- fuese
definitivo, nos parece una obcecación y estrechez inverosímiles del campo
visual, todo es posible: lo mejor y lo peor.
No hay más que un punto de vista justificado y
natural: instalarse en esa vida, contemplarla desde dentro y ver si ella se
siente a sí misma decaída, es decir, menguada, debilitada e insípida.
Una vida que no prefiere otra ninguna de antes,
acaece que precisamente el nuestro goza en este punto de una sensación
extrañísima; que yo sepa, única hasta ahora en la historia conocida.
¿Qué diría sinceramente cualquier hombre
representativo del presente a quien se hiciese una pregunta parecida? Yo creo
que no es dudoso: Es decir, que el hombre del presente siente que su vida es
más vida que todas las antiguas, o dicho viceversa, que el pasado íntegro se le
ha quedado chico a la humanidad actual.
Nuestra vida se siente, por lo pronto, de mayor
tamaño que todas las vidas. ¿Cómo podrá sentirse decadente? Todo lo contrario:
lo que ha acaecido es que, de puro sentirse más vida, ha perdido todo respeto,
toda atención hacia el pasado
No es plenitud de los tiempos, y, sin embargo,
se siente sobre todos los tiempos idos y por encima de todas las conocidas
plenitudes. No es fácil de formular la impresión que de sí misma tiene nuestra
época: cree ser más que las demás, y a la par se siente como un comienzo, sin
estar segura de no ser una agonía.
IV EL CRECIMIENTO DE LA VIDA
El imperio de las masas se ha
mundializado efectivamente, que cada individuo vive habitualmente todo el mundo.
Según el principio físico de que las cosas están
allí donde actúan, reconoceremos hoy a cualquier punto del globo la más
efectiva ubicuidad.
La velocidad hecha de espacio y tiempo es no
menos estúpida que sus ingredientes; pero sirve para anular aquéllos.
Comprar, consiste
primeramente en vivir las posibilidades de compra como tales. Cuando se habla
de nuestra vida, suele olvidarse esto, que me parece esencialísimo: nuestra
vida es, en todo instante y antes que nada, conciencia de lo que nos es
posible. Sería más bien pura necesidad. Tanto vale decir que vivimos como decir
que nos encontramos en un ambiente de posibilidades determinadas. A esto lo
llaman las circunstancias.
Sentido originario de la idea mundo, en los placeres acontece cosa
parecida, si bien y el fenómeno tiene más gravedad de lo que se supone, no es
un elenco tan exuberante como en las demás.
No me refiero a lo que pueda significar como
perfección de la cultura, sino al crecimiento de las potencias subjetivas que
todo eso supone.
Los periódicos y las conversaciones le hacen
llegar la noticia de estas performances intelectuales, que los
aparatos técnicos recién inventados confirman desde los escaparates. Todo ello
decanta en su mente la impresión de fabulosa prepotencia.
La vida humana, crecimiento de su avance
cuantitativo o potencial. Sentirse con mayor potencialidad que nunca y
parecerle todo lo pretérito afectado de enanismo.
Sólo hay una decadencia absoluta: la que
consiste en una vitalidad menguante; y ésta sólo existe cuando se siente.
Plenitud que han
sentido algunos siglos frente a otros que, inversamente, se veían a sí mismos
como decaídos de mayores alturas, la verdad es estrictamente lo contrario:
vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no
sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo.
Hoy, de puro parecernos todo posible, presentimos que es posible también lo peor: el retroceso, la barbarie, la decadencia. Por sí mismo no sería esto un mal síntoma: significaría que volvemos a tomar contacto con la inseguridad esencial a todo vivir, con la inquietud, a un tiempo doloroso.
Benéfico que por primera vez después de casi
tres siglos nos sorprendamos con la conciencia de no saber lo que va a pasar
mañana.
No podrá extrañar que hoy el mundo parezca
vaciado de proyectos, anticipaciones e ideales. Nadie se preocupó de
prevenirlos. Tal ha sido la deserción de las minorías directoras, que se halla
siempre al reverso de la rebelión de las masas.
V UN DATO ESTADÍSTICO
Nuestra vida, como repertorio de posibilidades,
es magnífica, exuberante, superior a todas las históricamente conocidas. Más
por lo mismo que su formato es mayor, ha desbordado todos los cauces,
principios, normas e ideales legados por la tradición. Es más vida que todas
las vidas, y por lo mismo más problemática. No puede orientarse en el
pretérito. Tiene que
inventar su propio destino.
Nuestro mundo es la dimensión de fatalidad que
integra nuestra vida. Pero esta fatalidad vital no se parece a la mecánica. Es falso
decir que en la vida deciden las
circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema, siempre
nuevo, ante el cual tenemos que decidirnos. .
Hoy acontece una cosa muy diferente. Si se
observa la vida pública de los países donde el triunfo de las masas ha avanzado
más, sorprende notar que en ellos se vive políticamente al día.
El hombre-masa es el hombre cuya vida carece de
proyectos y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades,
sus poderes, sean enormes
En las escuelas, que tanto enorgullecían al
pasado siglo, no ha podido hacerse otra cosa que enseñar a las masas las
técnicas de la vida moderna, pero no se ha logrado educarlas. Se les han dado
instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes
deberes históricos; se les han inoculado atropelladamente el orgullo y el poder
de los medios modernos, pero no el espíritu.
VI COMIENZA LA DISECCIÓN DEL HOMBRE-MASA
Ciertamente que sólo cabe anticipar la estructura
general del futuro; pero eso mismo es lo único que en verdad comprendemos del
pretérito o del presente.
Todos esos órdenes elementales y decisivos, la
vida se presentó al hombre nuevo exenta de impedimentos. La
comprensión de este hecho y su importancia surgen automáticamente cuando se
recuerda que esa franquía vital faltó por completo a los hombres vulgares del
pasado. Fue, por el contrario, para ellos la vida un destino premioso tanto en
lo económico como en lo físico.
No hay nadie civilmente privilegiado. El hombre
medio aprende que todos los hombres son legalmente iguales.
Se crea un nuevo escenario para la existencia
del hombre, nuevo en lo físico y en lo social.
Tres principios han hecho posible ese nuevo
mundo:
- la democracia liberal
- la experimentación científica
- el industrialismo
Colocó al hombre medio, es decir, a la gran masa
social, en condiciones de vida radicalmente opuestas a las que siempre le
habían rodeado. Volvió del revés la existencia pública. La revolución es la
implantación de un nuevo orden que tergiversa el tradicional.
Amplitudes que de hecho posee, sino que además
sugiere a sus habitantes una seguridad radical en que mañana será aún más rico,
más perfecto y más amplio, como si gozase de un espontáneo e inagotable
crecimiento.
El diagrama psicológico del hombre-masa actual
dos primeros rasgos:
·
La libre expansión de sus
deseos vitales, por lo tanto, de su persona
·
la radical ingratitud hacia
cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia.
Uno y otro rasgo componen la conocida psicología
del niño mimado.
No les preocupa más que su bienestar, y, al
mismo tiempo, son insolidarias de las causas de ese bienestar.
VII VIDA NOBLE Y VIDA VULGAR, O ESFUERZO E INERCIA
Impresión tradicional decía: “Vivir es sentirse
limitado y, por lo mismo, tener que contar con lo que nos limita”, la voz
novísima grita: “Vivir es no encontrar limitación alguna, por lo tanto,
abandonarse tranquilamente a sí mismo. Prácticamente nada es imposible, nada es
peligroso y, en principio, nadie es superior a nadie”.
Hombre excelente del hombre vulgar diciendo que
aquél es el que se exige mucho a sí mismo, y éste, el que no se exige nada,
sino que se contenta con lo que es, y está encantado consigo.
La actividad política, que es de toda la vida
pública la más eficiente y la más visible, es, en cambio, la postrera,
resultante de otras más íntimas e impalpables. Así, la indocilidad política no
sería grave si no proviniese de una más honda y decisiva indocilidad
intelectual y moral.
VIII POR QUÉ LAS MASAS INTERVIENEN EN TODO, Y POR QUÉ SOLO INTERVIENEN VIOLENTAMENTE
De puro mostrarse abiertos mundo y vida al
hombre mediocre, se le ha cerrado a éste el alma.
El hombre-masa se siente perfecto. Un hombre de
selección, para sentirse perfecto, necesita ser especialmente vanidoso.
Por eso el vanidoso necesita de los demás, busca
en ellos la confirmación de la idea que quiere tener de sí mismo. De suerte que
ni aun en este caso morboso, ni aun «cegado» por la vanidad, consigue el hombre
noble sentirse de verdad completo. En cambio, al hombre mediocre de nuestros
días, al nuevo Adán, no se le ocurre dudar de su propia plenitud.
No hay cultura donde no hay principios de
legalidad civil a que apelar, donde no hay acatamiento de ciertas últimas
posiciones intelectuales a que referirse en la disputa, cuando no preside a las
relaciones económicas un régimen de tráfico bajo el cual ampararse y donde las
polémicas estéticas no reconocen la necesidad de justificar la obra de arte.
El más y el menos de cultura se mide por la
mayor o menor precisión de las normas.
Pero el hombre-masa se sentiría perdido si
aceptase la discusión, e instintivamente repudia la obligación de acatar esa
instancia suprema que se halla fuera de él.
Por eso, lo nuevo
es en Europa acabar con las discusiones,
y se detesta toda forma de convivencia que por sí misma implique acatamiento de
normas objetivas, desde la conversación hasta el Parlamento, pasando por la
ciencia.
IX PRIMISTISMO Y TÉCNICA
La rebelión de las masas puede, en
efecto, ser tránsito a una nueva y sin par organización de la humanidad, pero
también puede ser una catástrofe en el destino humano.
Es posible en la historia -lo mismo el progreso
triunfal e indefinido que la periódica regresión.
Ciencia no existe si no interesa en su pureza y
por ella misma, y no puede interesar si las gentes no continúan entusiasmadas
con los principios generales de la cultura. Si se embota este fervor -como
parece ocurrir-, la técnica sólo puede pervivir un rato, el que le dure la
inercia del impulso cultural que la creó. Se vive con la técnica, pero no de la
técnica. Esta no se nutre ni respira a sí misma, no es causa sui,
sino precipitado útil, práctico, de preocupaciones superfluas, imprácticas.
Pero las ciencias experimentales sí necesitan de
la masa, como ésta necesita de ellas, so pena de sucumbir, ya que en un planeta
sin físico-química no puede sustentarse el número de hombres hoy existentes.
X PRIMITISMO E HISTORIA
Los pueblos de la perpetua aurora», los que se
han quedado en una alborada detenida.
La civilización no está ahí, no se sostiene a sí
misma.
La selva siempre es primitiva. Y viceversa: todo
lo primitivo es selva.
El de las relaciones entre la civilización y lo
que quedó tras ella -la naturaleza-, entre lo racional y lo cósmico.
El hombre-masa cree que la civilización en que
ha nacido y que usa es tan espontánea y primigenia como la naturaleza.
Civilización avanzada es una y misma cosa con
problemas arduos. De aquí que cuanto mayor sea el progreso, más en peligro
está. La vida es cada vez mejor, pero, bien entendido, cada vez más complicada.
El saber histórico es una técnica de primer
orden para conservar y continuar una civilización proyecta. No porque dé
soluciones positivas al nuevo cariz de los conflictos vitales -la vida es
siempre diferente de lo que fue-, sino porque evita cometer errores ingenuos de
otros tiempos.
Quien aspire verdaderamente a crear una nueva
realidad social o política necesita preocuparse ante todo de que esos
humildísimos lugares comunes de la experiencia histórica queden invalidados por
la situación que él suscita.
XI LA ÉPOCA DEL SEÑORITO SATISFECHO
La historia europea parece, por vez primera,
entregada a la decisión del hombre vulgar como tal…Esta resolución de
adelantarse al primer piano social se ha producido en él, automáticamente,
apenas llegó a madurar el nuevo tipo de hombre que él representa
1. Una
impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sobrada, sin limitaciones
trágicas; por lo tanto, cada individuo medio encuentra en sí una sensación de
dominio y triunfo que,
2. le invita a
afirmarse a sí mismo tal cual es, dar por bueno y completo su haber moral e
intelectual. Este contentamiento consigo le lleva a cerrarse para toda
instancia exterior, a no escuchar, a no poner en tela de juicio sus opiniones y
a no contar con los demás. Su sensación íntima de dominio le incita
constantemente a ejercer predominio. Actuará, pues, como si sólo él y sus
congéneres existieran en el mundo; por lo tanto,
3.
intervendrá en todo imponiendo
su vulgar opinión sin miramientos, contemplaciones, trámites ni reservas, es
decir, según un régimen de acción directa.
Este personaje, que ahora anda por todas partes
y dondequiera impone su barbarie íntima, es, en efecto, el niño mimado de la
historia humana Aristocracia
Hereditaria.
La forma más contradictoria de la vida humana
que puede aparecer en la vida humana es el señorito
satisfecho porvenir, hace temer que ni conserve su altura, ni produzca otro
nivel más elevado, sino, por el contrario, que retroceda y recaiga en altitudes
inferiores.
Porque es un hombre que ha venido a la vida para
hacer lo que le dé la gana. En efecto, esta ilusión se hace el hijo de familia.
Pero el señorito
es el que cree poder comportarse fuera de casa como en casa, el que cree que
nada es fatal, irremediable e irrevocable... Por eso cree que puede hacer lo
que le dé la gana.
XII LA BARBARIE DEL ESPECIALISMO
Siglo XIX ha producido automáticamente el hombre-masa.
Esta civilización del siglo XIX, decía yo, puede
resumirse en dos grandes dimensiones: democracia liberal y técnica.
Esta maravillosa técnica occidental ha hecho
posible la maravillosa proliferación de la casta europea.
No cabe dudar de que la técnica -junto con la
democracia liberal- ha engendrado al hombre-masa.
Hombre de ciencia actual es el prototipo del
hombre-masa. Y no por casualidad, ni por defecto unipersonal de cada hombre de
ciencia, sino porque la ciencia misma -raíz de la civilización- lo convierte
automáticamente en hombre-masa; es decir, hace de él un primitivo, un bárbaro
moderno.
Hombre Nuevo: configuración humana sin paren
toda la historia. El especialista nos sirve para concretar enérgicamente la
especie y hacernos ver todo el radicalismo de su novedad. Porque antes los
hombres podían dividirse, sencillamente, en sabios e ignorantes, en más o menos
sabios y más o menos ignorantes. Pero el especialista no puede ser subsumido
bajo ninguna de esas dos categorías. No es sabio, porque ignora formalmente
cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es un hombre de ciencia y conoce muy bien
su porciúncula de universo. Habremos de decir que es un sabio-ignorante.
Ellos simbolizan, y en gran parte constituyen,
el imperio actual de las masas, y su barbarie es la causa inmediata de la
desmoralización europea.
El especialísimo, pues, que ha hecho posible el
progreso de la ciencia experimental durante un siglo, se aproxima a una etapa
en que no podrá avanzar por sí mismo si no se encarga una generación mejor de
construirle un nuevo asador más provechoso.
XIII EL MAYOR PELIGRO, EL ESTADO
En una buena ordenación de las cosas públicas,
la masa es lo que no actúa por sí misma. Tal es su misión. Ha venido al mundo
para ser dirigida, influida, representada, organizada -hasta para dejar de ser
masa o, por lo menos, aspirar a ello-. Pero no ha venido al mundo para hacer
todo eso por sí. Necesita referir su vida a la instancia superior, constituida
por las minorías excelentes.
Única cosa que sustancialmente y con verdad
puede llamarse rebelión es la que consiste en no aceptar cada cual su destino,
en rebelarse contra sí mismo.
Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la
civilización: la estatificación de la vida.
La masa se dice: «El Estado soy yo», lo cual es
un perfecto error. El estado es la masa sólo en el sentido en que puede decirse
de dos hombres que son idénticos... Pero el caso es que el hombre-masa cree, en
efecto, que él es el Estado, y tenderá cada vez más a hacerlo funcionar con
cualquier pretexto, a aplastar con él toda minoría creadora que lo perturbe;
que lo perturbe en cualquier orden: en política, en ideas, en industria.
XIV¿QUIÉN MANDA EN EL MUNDO?
La rebelión de las masas es una y misma cosa con
el crecimiento fabuloso que la vida humana ha experimentado en nuestro tiempo.
1
La sustancia o índole de una nueva época
histórica es resultante de variaciones internas del hombre y su
espíritu- o externas -formales y como mecánicas.
Pero desde el siglo XVI ha entrado la humanidad
toda en un proceso gigantesco de unificaron que en nuestros días ha llegado a su
término insuperable.
Europa mandaba, y bajo su unidad de mando el
mundo vivía con un estilo unitario, o al menos progresivamente unificado.
Ese estilo de vida suele denominarse «Edad
Moderna», nombre gris e inexpresivo bajo el cual se oculta esta realidad: época
de la hegemonía europea.
El mando es el ejercicio normal de la autoridad.
El cual se funda siempre en la opinión pública -siempre, hoy como hace diez
años, entre los ingleses como entre los botocudos.
Si se quiere expresar con toda precisión la ley
de la opinión pública como ley de la gravitación histórica, conviene tener en
cuenta esos cases de ausencia, y entonces se llega a una fórmula que es el
conocido, venerable y verídico lugar común: no se puede mandar contra la
opinión pública.
El estado (el primero): es la Iglesia (con su
carácter específico y ya nominativo de poder
espiritual). De la Iglesia aprende el poder político que él también no es
originariamente sino poder espiritual, vigencia de ciertas ideas, y se crea el Sacro Romano
Imperio.
Tanto vale, pues, decir: en tal fecha manda tal
hombre, tal pueblo o tal grupo homogéneo de pueblos, como decir: en tal fecha
predomina en el mundo tal sistema de opiniones ideas, preferencias,
aspiraciones, propósitos.
Durante varios siglos ha mandado en el mundo
Europa, un conglomerado de pueblos con espíritu afín. En la Edad Media no
mandaba nadie en el mundo temporal.
2
La pura verdad es que en el mundo pasa en todo
instante y, por lo tanto, ahora, infinidad de cosas.
Creemos que la razón, el concepto, es un
instrumento doméstico del hombre, que éste necesita y usa para aclarar su
propia situación en medio de la infinita y archiproblemática realidad que es su
vida hombre-masa, y he hecho notar que su principal característica consiste en
que, sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a
reconocer instancias superiores a él.
También hay, relativamente, pueblos-masa
resueltos a rebelarse contra los grandes pueblos creadores, minoría de estirpes
humanas, que han organizado la historia.
3
Los mandamientos europeos han perdido vigencia
sin que otros se vislumbren en el horizonte. Europa -se dice deja de mandar, y
no se ve quién pueda sustituirla y esta es la pura verdad. Todo el mundo
-naciones, individuos- está desmoralizado. Durante una temporada esta
desmoralización divierte y hasta vagamente ilusiona
Europa ya no manda. Mandar es dar quehacer a las
gentes, meterlas en su destino, en su quicio: impedir su extravagancia, la cual
suele ser vagancia, vida vacía, desolación.
El camouflage es, por esencia,
una realidad que no es la que parece. Su aspecto oculta, en vez de declarar, su
sustancia. Por eso engaña a la mayor parte de las gentes. Sólo se puede librar
de la equivocación que el camouflage produce quien sepa de
antemano y en general que el camouflage existe. Lo mismo pasa con el
espejismo. El concepto corrige a los ojos.
En todo hecho de camouflage histórico
hay dos realidades que se superponen: una profunda, efectiva, sustancial; otra
aparente, accidental y de superficie.
4
Si el hombre fuese un ser solitario que
accidentalmente se halla trabado en convivencia con otros, acaso permaneciese
intacto de tales repercusiones, originadas en los desplazamientos y crisis del
imperar, del Poder. Pero como es social en su más elemental textura, queda
trastornado en su índole privada por mutaciones que en rigor sólo afectan
inmediatamente a la colectividad.
No hay, pues, nada extraño en que bastara una
ligera duda, una simple vacilación sobre quién manda en el mundo, para que todo
el mundo -en su vida pública y en su vida privada- haya comenzado a
desmoralizarse.
Librada a sí misma, cada vida se queda en sí
misma, vacía, sin tener qué hacer. Y como ha de llenarse con algo, se finge de manera frívola a sí misma, se dedica a falsas ocupaciones, que nada íntimo,
sincere, impone. Hoy es una cosa; mañana, otra, opuesta a la primera. Está
perdida al encontrarse sola consigo. El egoísmo es laberíntico. Se comprende.
No se manda en seco. El mando consiste en una
presión que se ejerce sobre los demás. Pero no consiste sólo en esto. Si fuera
esto sólo, sería violencia.
El egoísmo aparente de los grandes pueblos y de
los grandes hombres es la dureza inevitable con que tiene que comportarse quien
tiene su vida puesta a una empresa.
Siendo uno el que manda, o hallándose alojado en
un mundo donde manda alguien a quien reconocemos pleno derecho para tal
función; o mando yo, u obedezco. Pero obedecer no es aguantar -aguantar es
envilecerse-, sino, al contrario, estimar al que manda y seguirlo,
solidarizándose con él, situándose con fervor bajo el ondeo de su bandera.
5
Al hecho, tan curioso, de que en el mundo se
hable estos años tanto sobre la decadencia de Europa.
La idea ha tenido buena prensa, y hoy todo el
mundo habla de la decadencia europea como de una realidad inconcusa.
Esas fronteras fatales de la Economía actual
alemana, inglesa, francesa, son las fronteras políticas de los Estados
respectivos. La dificultad auténtica no radica, pues, en este o en el otro
problema económico que esté planteado, sino en que la forma de vida pública en
que habían de moverse las capacidades económicas es incongruente con el tamaño
de éstas.
Europa se ha hecho en forma de pequeñas
naciones. En cierto modo, la idea y el sentimiento nacionales han sido su
invención más característica. Y ahora se ve obligada a superarse a sí misma.
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Griegos y latinos aparecen en la historia
alojados, como abejas en su colmena, dentro de urbes, de poleis.
Porque, en efecto, la definición más certera de
lo que es la urbe y la polis se parece mucho a la que cómicamente se da del
canon: toma usted un agujero, lo rodea de alambre muy apretado, y eso es un
cañón.
La polis no es,
primordialmente, un conjunto de casas habitables, sino un lugar de
Ayuntamiento civil, un espacio acotado para
funciones públicas. La urbe no está hecha, como la cabaña o el domus, para
cobijarse de la intemperie y engendrar, que son menesteres privados y
familiares, sino para discutir sobre la cosa pública.
Hasta Alejandro y César, respectivamente, la
historia de Grecia y de Roma consiste en la lucha incesante entre esos dos
espacios: entre la ciudad racional y el campo vegetal, entre el jurista y el
labriego, entre el ius y el rus.
El Estado-ciudad, por la relativa parvedad de
sus ingredientes, permite ver claramente lo específico del principio estatal.
Por una parte, la palabra Estado indica que las fuerzas históricas consiguen
una combinación de equilibrio, de asiento.
Si observamos la situación histórica que precede
inmediatamente al nacimiento de un Estado, encontraremos siempre el siguiente
esquema: varias colectividades pequeñas cuya estructura social está hecha para
que viva cada cual hacia dentro de sí misma.
La forma social establecida -derechos,
«costumbres» y religión- favorece la interna y dificulta la externa, más amplia
y nueva. En esta situación, el principio estatal es el movimiento que lleva a
aniquilar las formas sociales de convivencia interna, sustituyéndolas por una
forma social adecuada a la nueva convivencia externa.
No hay creación estatal si la mente de ciertos
pueblos no es capaz de abandonar la estructura tradicional de una forma de
convivencia y, además, de imaginar otra nunca sida.
El Estado comienza por ser una obra de
Imaginación absoluta. La imaginación es el poder libertador que el hombre
tiene. Un pueblo es capaz de Estado en la medida en que sepa imaginar. De aquí
que todos los pueblos hayan tenido un límite en su evolución estatal,
precisamente el límite impuesto por la naturaleza a su fantasía.
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De suerte que la claridad de la ciencia no está
tanto en la cabeza de los que la hacen como en las cosas de que hablan. Lo
esencialmente confuso, intrincado, es la realidad vital concreta, que es
siempre única.
El individuo trata con ellas de interceptar su
propia visión de lo real, de su vida misma. Porque la vida es por lo pronto un
caos donde uno está perdido. El hombre lo sospecha; pero le aterra encontrarse
cara a cara con esa terrible realidad y procura ocultarla con un telón
fantasmagórico, donde todo está muy claro.
El que no se siente de verdad perdido se pierde
inexorablemente; es decir, no se encuentra jamás, no topa nunca con la propia
realidad.
La salud de las democracias, cualquiera que sean
su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento
electoral. Todo lo demás es secundario.
Sin el apoyo de auténtico sufragio las
instituciones democráticas están en el aire. En el aire están las palabras: «La
República no era más que una palabra.» La expresión es de César. Ninguna
magistratura gozaba de autoridad. Los generales de la izquierda y de la derecha,
Mario y Sila, se insolentaban en vacuas
dictaduras que no llevaban a nada.
Su política puede resumirse en dos cláusula:
1. los
trastornos de la vida pública romana provienen de su excesiva
expansión. La ciudad no puede gobernar tantas
naciones. Toda nueva conquista es un delito de lesa república.
2. para evitar
la disolución de las instituciones es preciso un príncipe
Los grecorromanos eran incapaces de sentir el
tiempo, de ver su vida como una dilatación en la temporalidad. Existían en un
presente puntual. Yo sospecho que este diagnóstico es erróneo, o, por lo menos,
que confunde dos cosas. El grecorromano padece una sorprendente ceguera para el
futuro. No lo ve, como el daltonistano ve el color rojo.
¡República, monarquía! Dos palabras que en la
historia cambian constantemente de sentido auténtico, y que por lo mismo
es preciso en todo instante triturar para cerciorarse de su eventual enjundia
El Estado empieza cuando se obliga a convivir a
grupos nativamente separados.
Esta obligación no es desnuda violencia, sino
que supone un proyecto iniciativo, una tarea común que se propone a los grupos
dispersos
El Estado-ciudad era una idea muy clara, que se
veía con los ojos de la cara. Pero el nuevo tipo de unidad pública que
germinaba en gales y germanos, la inspiración política de Occidente, es cosa
mucho más vaga y huidiza.
La verdad pura es que las naciones actuales son
tan sólo la manifestación actual de aquel principio variable, condenado a
perpetua superación. Ese principio no es ahora la sangre ni el idioma, puesto
que la comunidad de sangre y de idioma en Francia o en España ha sido efecto, y
no causa, de la unificación estatal; ese principio es ahora la frontera natural.
No se olvide cuál es, rigurosamente planteada,
la cuestión. Se trata de averiguar qué es el Estado nacional (lo que hoy
solemos llamar nación), a diferencia de otros tipos de Estado, como el
Estado-ciudad o, yéndonos al otro extreme, como el Imperio que Augusto fundó.
Ni la sangre ni el idioma hacen al Estado
nacional; antes bien, es el Estado nacional quien nivela las diferencias
originarias del glóbulo rojo y su articulado. Y siempre ha acontecido así.
Pocas veces, por no decir nunca, habrá el Estado coincidido con una
identidad previa de sangre o idioma.
La realidad histórica de la famosa frontera natural consiste,
sencillamente, en ser un estorbo a la expansión del pueblo A sobre el pueblo B.
Estorbos que la idea nacional encontró en su
proceso de unificación.
No obstante lo cual, queremos atribuir un
carácter definitivo y fundamental a las fronteras de hoy, a pesar de que los
nuevos medios de tráfico y guerra han anulado su eficacia como estorbos.
Las fronteras han servido para consolidar en
cada momento la unificación política ya lograda. No han sido, pues, principio
de la nación, sino al revés; al principio fueron estorbo, y luego, una vez
allanadas, fueron medio material para asegurar la unidad.
Las diferentes clases de Estado nacen de las
maneras según las cuales el grupo empresario establezca la colaboración con los otros.
Así, el Estado antiguo no acierta nunca a fundirse con los otros.
Roma manda y educa a los italiotas y a las provincias; pero no los eleva a
unión consigo.
La unificación estatal no pasó nunca de mera
articulación entre los grupos que permanecieron externos y extraños los unos a
los otros. Por eso el Imperio amenazado no pudo contar con el patriotismo de
los otros y hubo de defenderse exclusivamente con sus medios burocráticos de
administración y de guerra.
Pero los pueblos nuevos traen una interpretación
del Estado menos material. Si es él un proyecto de empresa común, su realidad
es puramente dinámica; un hacer, la comunidad en la actuación. Según esto,
forma parte activa del Estado, es sujeto político, todo el que preste adhesión
a la empresa (raza, sangre, adscripción geográfica, clase Social, quedan en
segundo término).
Tendencia política tal avanzará inexorablemente
hacia unificaciones cada vez más amplias, sin que haya nada que en principio la
detenga. La capacidad de fusión es ilimitada
Es curioso notar que al definir la nación
fundándola en una comunidad de pretérito se acaba siempre por aceptar como la
mejor la fórmula de Renán, simplemente porque en ella se añade a la sangre, el
idioma y las tradiciones comunes un atributo nuevo, y se dice que es un plebiscito cotidiano.
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Tener
glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente; haber hecho
juntos grandes cosas, querer hacer otras más: he aquí las condiciones
esenciales para ser un pueblo... En el pasado, una herencia de glorias y remordimientos;
en el porvenir, un mismo programa que realizar... La existencia de una nación
es un plebiscito cotidiano.
Tal es la conocidísima sentencia de Renán. ¿Cómo
se explica su excepcional fortuna?
Por la gracia de la coletilla. Esa idea de que
la nación consiste en un plebiscito cotidiano opera sobre nosotros como una
liberación. Sangre, lengua y pasado comunes son principios estáticos, fatales,
rígidos, inertes: son prisiones
La nación como excelente programa para mañana.
El plebiscito decide un futuro. Que en este caso el futuro consista en una
perduración del pasado no modifica lo más mínimo la cuestión; únicamente revela
que también la definición de Renán es arcaizante.
Por lo tanto, el Estado nacional representaría
un principio estatal más próximo a la pura idea de Estado que la antigua polis o
que la «tribu» de los árabes, circunscrita por la sangre
Primero, un proyecto de convivencia total en una
empresa común; segundo, la adhesión de los hombres a ese proyecto incitativo.
Esta adhesión de todos engendra la interna solidez que distingue al Estado
nacional de todos los antiguos, en los cuales la unión se produce y mantiene
por presión externa del Estado sobre los grupos dispares, en tanto que aquí
nace el vigor estatal de la cohesión espontánea y profunda entre los súbditos.
Otra cosa mostraría claramente ese estudio: las
empresas estatales de los antiguos, por lo mismo que no implicaban la adhesión
de los grupos humanos sobre que se intentaban, por lo mismo que el Estado
propiamente tal quedaba siempre inscrito en una limitación fatal - tribu o
urbe-, eran prácticamente ilimitadas. Un pueblo -el persa, el macedón y el
romano podían someter a unidad de soberanía cualesquiera porciones del planeta.
Como la unidad no era auténtica, interna ni definitiva, no estaba sujeta a
otras condiciones que a la eficacia bélica y administrativa del conquistador.
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Apenas las naciones de Occidente perhinchen su
actual perfil, surge en torno de ellas y bajo ellas, como un fondo, Europa. Es
esta la unidad de paisaje en que van a moverse desde el Renacimiento, y ese
paisaje europeo son ellas mismas, que sin advertirlo empiezan ya a abstraer de
su belicosa pluralidad.
Si hoy hiciésemos balance de nuestro contenido
mental -opiniones, normas, deseos, presunciones-, notaríamos que la mayor parte
de todo eso no viene al francés de su Francia, ni al español de su España, sino
del fondo común europeo.
Hoy, en efecto, pesa mucho más en cada uno de
nosotros lo que tiene de europeo que su porción diferencial de francés,
español, etc.
Sufre hoy el mundo una grave desmoralización,
que entre otros síntomas se manifiesta por una desaforada rebelión de las
masas, y tiene su origen en la desmoralización de Europa. Las causas de esta
última son muchas. Una de las principales, el desplazamiento del poder que
antes ejercía sobre el resto del mundo y sobre sí mismo nuestro continente.
Europa no está segura de mandar, ni el resto del mundo, de ser mandado. La
soberanía histórica se halla en dispersión
Pero ahora se abre otra vez el horizonte hacia
nuevas líneas incógnitas, puesto que no se sabe quién va
a mandar, cómo se va a articular el poder sobre la tierra.
Todo el mundo percibe la urgencia de un nuevo
principio de vida. Mas -como siempre acontece en crisis parejas- algunos
ensayan salvar el momento por una intensificación extremada y artificial
precisamente del principio caduco. Este es el sentido de la erupción nacionalista en los años que corren.
XV
SE DESEMBOCA EN LA VERDADERA
CUESTIÓN
Europa se ha quedado sin moral. No es que el
hombre-masa menosprecie una anticuada en beneficio de otra emergente, sino que
el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir
sin supeditarse a moral ninguna.
Por esta razón, fuera una ingenuidad echar en
cara al hombre de hoy su falta de moral.
La imputación le traería sin cuidado, o, más
bien, le halagaría. El inmoralismo ha llegado a ser de una baratura extrema, y
cualquiera alardea de ejercitarlo.
Su aparente entusiasmo por el obrero manual, el
miserable y la justicia social le sirve de disfraz para poder desentenderse de
toda obligación -como la cortesía, la veracidad y, sobre todo, el respeto o
estimación de los individuos superiores.
Esta esquividad para toda obligación explica, en
parte, el fenómeno, entre ridículo y escandaloso, de que se haya hecho en nuestros
días una plataforma de la juventud
como tal. Quizá no ofrezca nuestro tiempo rasgo más grotesco. Las gentes,
cómicamente, se declaran jóvenes
porque han oído que el joven tiene más derechos que obligaciones, ya que puede
demorar el cumplimiento de éstas hasta las calendas griegas de la madurez.
Por eso, no cabe ennoblecer la crisis presente
mostrándola como el conflicto entre dos morales o civilizaciones, la una caduca
y la otra en albor. El hombre-masa carece simplemente de moral, que es siempre,
por esencia, sentimiento de sumisión a algo, conciencia de servicio y
obligación.
¿Cómo se ha podido creer en la amoralidad de la
vida? Sin duda, porque toda la cultura y la civilización modernas llevan a ese
convencimiento.
Cierto tipo de europeo, analizando sobre todo su
comportamiento frente a la civilización misma en que ha nacido.
El hombre-masa está aún viviendo precisamente de
lo que niega y otros construyeron o acumularon. Por eso no convenía mezclar su
psicograma con la gran cuestión: ¿qué insuficiencias radicales padece la
cultura europea moderna? Porque es evidente que, en última instancia, de ellas
proviene esta forma humana ahora dominada.
Opinión
El hombre masa como se ha explicado en esta entrada tiene ciertas características, es un ser reactivo, solo piensa en si mismo y no le interesan los demás, en mi opinión nosotros como comunicadores deberíamos tratar o encontrar la manera de que estos hombres a los que son llamados hombres masa para que cambien un poco su manera de ver al mundo y asi poder convivir unos con otros, unidos y que no solo piensen en ellos ni tengan esas cualidades, con esto no quiero decir que todos tenemos que pensar igual, porque claramente eso no va a ocurrir, pero por lo menos para poder convivir juntos, sin porblemas entre nosotros por que simplemente pensemos distinto.
El siguiente link lo va a transferir a una pagina de YouTube donde se presentara una pequeña explicación de la comunicación de masas desde una perspectiva sociológico.
https://www.youtube.com/watch?v=Jby6tml2NZo
El siguiente vídeo presenta un claro ejemplo de como es un hombre masa
El siguiente vídeo presenta un claro ejemplo de como es un hombre masa
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